Blog post -
Europa, ¿un lugar privilegiado para vivir y trabajar?
Europa, ¿un lugar privilegiado para vivir y trabajar?
“World-class”, así es como el Presidente Juncker describió Europa, un lugar de primera clase para vivir y trabajar, durante la proclamación del Pilar europeo de derechos sociales en la reciente cumbre de Gotemburgo en la que los jefes de estado y de gobierno de la UE se comprometieron con un conjunto de 20 derechos y principios sociales. El presidente de la Comisión resaltaba el hecho de que «Europa es más que un mercado único, más que dinero... Tiene que ver con nuestros valores y la forma en que queremos vivir».
Pero, ¿cómo vivimos exactamente?, ¿sienten los 510 millones de europeos de los (todavía) 28 Estados miembros que sus condiciones de vida son “de primera clase”?
Ciertamente, muchos sí. Pero muchos otros sufren todavía desigualdades, se sienten excluidos o inseguros, están preocupados por el acceso a una vivienda o a un trabajo dignos, o se preguntan sobre su futuro y el de sus hijos. Este es un discurso en gran parte negativo que con frecuencia más trasciende a la opinión pública, y que en no pocos países puede asociarse a determinadas reacciones populistas.
La realidad, como siempre, es bastante más compleja.
Los últimos años han sido, en términos generales, buenos y «Europa vuelve a tener el viento a favor». Los resultados de la Encuesta Europea de Calidad de Vida revelan avances generales en áreas de calidad de vida, de calidad de la sociedad y de calidad de los servicios públicos. Se observan mejoras para muchos ciudadanos, aunque es cierto que en comparación con niveles bajos reportados durante la crisis (la anterior encuesta fue en 2011). Los indicadores muestran en algunos casos una vuelta a los niveles previos a la crisis, incluso a periodos de crecimiento anteriores, reflejando en parte la vuelta a la senda del crecimiento.
A nivel individual, los niveles de optimismo y la satisfacción con los niveles de vida han aumentado en la mayoría de los Estados miembro, incluida España, los ciudadanos reportan niveles relativamente altos de felicidad y satisfacción, y el número de personas que reporta dificultades para llegar a fin de mes es menor que en 2011.
A nivel de sociedad, la confianza en las instituciones nacionales ha aumentado en general; los jóvenes declaran confiar más en las demás personas; y la percepción de exclusión social, más prevalente durante la recesión, ha disminuido. En España por debajo de la media Europea. Todo ello parece reflejar un contexto post-crisis más positivo. De hecho, las tensiones que se perciben en la sociedad entre distintos grupos, como ricos y pobres, directivos y trabajadores, mayores y jóvenes o entre hombres y mujeres, se han visto reducidas en los últimos años.
Respecto a los servicios públicos, y en contra de lo que en ocasiones pudiera asumirse, los europeos se declaran en general más satisfechos hoy con servicios públicos esenciales, como la sanidad y el transporte, y en algunos países también con los servicios de cuidado y educación y cuidado infantil. La percepción de calidad de los servicios públicos en España es bastante similar a la media europea, aunque destaca una mayor valoración de la Sanidad y también, aunque en menor medida, el transporte y pensiones.
Hasta aquí un relato positivo. Pero también es evidente que aún queda mucho por hacer.
Mientras algunos países, en su mayoría del centro y el este de Europa, siguen recuperando terreno respecto a los más avanzados en la UE, otros han parado su convergencia hacia estándares más altos, y su brecha respecto a los países más desarrollados ha podido incluso ensancharse. Esto puede influir, por ejemplo, en el aumento de la satisfacción con los niveles de vida en Bulgaria, Estonia, Hungría, Irlanda y Polonia, mientras que la satisfacción personal disminuyó en Croacia, Chipre, Grecia, Italia y España.
Las diferencias entre distingos grupos de edad, niveles de ingresos, o sexo son también persistentes.
Las mujeres, por ejemplo, aunque reportan niveles de satisfacción personal ligeramente por encima al de los hombres, todavía soportan una mayor carga de trabajo no remunerado en el ámbito doméstico y de cuidado a personas. El envejecimiento demográfico y la creciente necesidad de cuidados de larga duración, frecuentemente también asumido por mujeres, parecen agravar aún más esta brecha de género asociada tradicionalmente al rol de cuidado de los hijos. De hecho, el cuidado de niños, mayores y personas en situación de dependencia es una de las principales dificultades para conciliar la vida laboral y la vida familiar. En este terreno, las españolas reportan unas mayores dificultades de conciliación que la media de otros países europeos.
Las personas de edad avanzada reportan una peor situación que los jóvenes, especialmente en algunos países del centro y el este de Europa- Este es un factor que incide claramente en una reducción de la satisfacción personal de los mayores en países como Bulgaria, Croacia, Eslovenia, Malta, Polonia, Portugal y Rumanía. Es más, en dos de cada tres países de la UE, más de la mitad de los encuestados se declaran preocupados por los niveles de ingresos que prevén tener durante su vejez.
A pesar de que el número de personas con dificultades materiales importantes ha disminuido en los últimos años, un buen dato en relación a situaciones de pobreza relativa, más de la mitad de la población de 11 Estados miembros, incluida España, sigue afirmando todavía que tiene dificultades para llegar a fin de mes, en contraste con la situación más positiva de otros países. Y los más pobres han progresado relativamente menos, el 25% de ciudadanos con ingresos más bajos reporta una mejora de su calidad de vida inferior a la de los grupos con mayores ingresos.
Por otro lado, si la mejora económica se ha trasladado a un mayor optimismo, las perspectivas a largo plazo pueden ser otra cuestión. Muchos europeos son menos optimistas con respecto al futuro de sus hijos que al suyo propio. En este terreno la divergencia entre países es de nuevo visible. Los padres son menos optimismo respecto a sus hijos en Alemania, Austria, Bélgica, Eslovenia, España, Francia, Grecia, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Reino Unido y República Checa, mientras que en Bulgaria, Finlandia, Letonia, Lituania y Polonia reportan unas perspectivas mejores para sus hijos que para ellos mismos.
Y en el contexto del debate social, en ocasiones polémico, sobre la migración y seguridad , cabe destacar que, mientras las tensiones sociales entre distintos grupos se han reducido en general, la percepción de tensión entre grupos religiosos y étnicos ha aumentado notablemente en determinados países, en especial Bulgaria, Estonia, Dinamarca, Alemania, Malta, Austria, Francia, Bélgica e Italia. España destaca con un nivel de tensión notablemente menor en este ámbito, algo que parece reflejarse también en una mayor ausencia del debate político sobre la población extranjera, en contraste con otros países Europeos.
Esta es la imagen, matizada con sus luces y sombras, de la vida de los europeos en un momento en el que gobiernos, interlocutores sociales y sociedad civil deben implicarse en el desarrollo del recién proclamado Pilar europeo de derechos sociales.
Los recientes resultados de la encuesta europea de calidad de vida pueden ayudarles a priorizar su atención en aquellos grupos más frágiles. Los desempleados de larga duración, por ejemplo, con un mayor riesgo de pobreza, exclusión social o mayor incidencia de problemas de salud mental, son relevantes en el contexto del derecho a un apoyo activo para el empleo. Las mujeres, que soportan una mayor carga del trabajo doméstico y de cuidado de personas, siguen siendo prioritarias junto a la atención a los servicios públicos de educación infantil y de asistencia a personas, en el contexto de los principios de igualdad de género, de cuidado y apoyo a los niños, y de equilibrio entre vida personal y laboral. Las personas mayores, particularmente su situación material, son relevantes en el contexto del derecho a la adecuación de las pensiones. La disponibilidad y el acceso igualitario a servicios públicos de calidad siguen siendo prioritarios en el contexto del derecho a acceso rápido y asequible a cuidados sanitarios y sociales.
Estos son solo algunos de los retos para conciliar la realidad cotidiana que nos reportan directamente los europeos con las ambiciosas aspiraciones del Pilar de derechos sociales recién proclamado. Si esperamos que éste sea efectivamente un momento clave para reforzar el proyecto Europeo, es preciso traducir las necesidades detectadas en iniciativas concretas y los datos en realidades para defender de manera cierta « nuestros valores y la forma en que queremos vivir». Los datos, tarde o temprano, nos volverán a examinar de nuevo.